El domingo pasado fue el Día Internacional del Medio Ambiente, y desde el colectivo Hola Eco nos propusimos una vez más llenar vuestras pantallas con información entretenida e interesante sobre el tema (o al menos esa es la intención, esperamos estar a la altura jeje).
Yo llevaba tiempo con ganas de hablar de la importancia que tienen los pequeños actos del día a día, tanto para nuestro bienestar como para el bien colectivo. Me apetecía porque muchas veces me encuentro esta actitud conformista de “qué más da lo que haga yo, eso no va a cambiar las cosas”. Esta frase simplista me ha dado mucha rabia desde que tengo uso de razón. No hace falta que te cuelgues de una planta nuclear defendiendo un mundo más limpio (aunque me quito el sombrero frente a los que arriesgan su vida por estas causas). Lo que sí que hace falta es que hagas lo que esté en tu mano para que tu vida y tu entorno sean lo más sostenibles posible.
Pensando en este tema, me acordé del misterioso y controvertido paradigma científico del centésimo mono, que se desarrolló en base a una serie de observaciones realizadas en la isla de Koshima, (Japón) en 1952. La historia, más o menos, es la siguiente:
En la década de 1950, unos científicos japoneses les dieron batatas a unos monos de Koshima para que no asaltaran las granjas vecinas en búsqueda de alimento. A los monos les gustaba el sabor de las batatas pero no el de la arena de la playa donde los científicos les dejaban la comida, por lo que cuando se las comían hacían muecas y escupían la arena de sus bocas. Un día, uno de los monos aprendió a lavar las batatas en el mar y empezó a enseñar a los demás monos de su entorno a hacerlo. Poco a poco, este nuevo comportamiento se extendió a través de la generación más joven de monos. La teoría sostiene que cuando una masa crítica de unos 100 monos aprendió a lavar su alimento, la conducta aprendida se extendió instantáneamente por las islas cercanas, cruzando el mar. Es decir, que otros monos empezaron a lavar su comida sin que nadie les hubiera enseñado a hacerlo.
Estos científicos llegaron a la conclusión de que cuando un cierto número de seres alcanzan un cierto nivel de entendimiento sobre un nuevo concepto, este concepto se comunica entre los individuos de la misma especie. La idea es que se crea un espacio de conciencia colectiva.
La polémica de la teoría del centésimo mono
El único truco de esta teoría es que, unos años más tarde, se descubrió que no era tan científica como parecía. Como era de esperar, los famosos monos que nos ocupan aprendieron la nueva conducta de los simios más mayores y no de los jóvenes, y su descubrimiento gastronómico tardó mucho más en generalizarse de lo que cuenta la historia. Al descubrirse esta falta de rigor, no faltó la oleada de críticas tildando a la teoría del centésimo mono de una inventada de colgados new age.
Vale, puede que la teoría del centésimo mono no esté comprobada científicamente, y seguramente tenga más de fábula inspiradora que de verdad absoluta. Vale que sea mentira.
¿Pero sabes qué? A mí me gusta. Llámame loca, pero extrapolando todo esto al género humano, me gusta la idea de que los esfuerzos de un conjunto de personas por cambiar el mundo a mejor pueden tener su fruto y hacer que otras muchas personas se unan a la causa.
Y en realidad…no es solo que me guste caprichosamente, sino que estoy convencida de que la sanación del planeta empieza por que nos sanemos a nosotros mismos primero. Si cada uno barriera el trozo de acera que está delante de su puerta, ¿no estaría la ciudad mucho más limpia? Es de cajón y creo que no hay que meterse en grandes investigaciones científicas para comprobarlo.
Además, por lo que he leído, el término de conciencia colectiva viene de mucho antes que estos monetes que nos ocupan.
La conciencia y la colectividad
El concepto fue introducido en 1893 por el sociólogo Émile Durkheim en su obra “La División del Trabajo en la Sociedad”. Es decir, que 60 años antes que nacieran los famosos monos ya estábamos hablando del tema, que también fue tratado por autores posteriores en el tiempo a Durkheim, como el famoso Carl Jung, que hablaba del inconsciente colectivo como una especie de biblioteca universal de sabiduría a la que todos tenemos acceso. Para que la teoría del inconsciente colectivo funcionara, hay que pensar en el universo como un organismo, concepto que si no me equivoco, cada vez es más aceptado por la comunidad científica.
Otros, como Samuel Butler, defendían que una vez que un organismo modifica o aprende algo, el resto de organismos similares harán lo mismo de forma mucho más fácil, gracias a la memoria colectiva. Dicho de forma muy sencilla, estas teorías parten de que los conocimientos y las experiencias no se almacenan solo en el cerebro, sino que todo el cuerpo tiene memoria. Diversos estudios han demostrado que eliminar gran parte del cerebro no te hace perder la memoria, lo que lleva a especular que ésta se encuentra en todos lados y en ningún lugar en particular. Es decir, que todo el cuerpo tiene conciencia.
Pero no hace falta meternos a filosofar para entender la gran influencia de los actos individuales en lo colectivo. Basta con mencionar una poderosa herramienta que los monos no tenían…
Sí, hablo de internet. Puede que los conocimientos no se transmitan de forma telepática de unas personas a otras, atravesando océanos a través de misteriosos procedimientos psíquicos, pero ahora tenemos esta herramienta que, usada de forma adecuada, puede ayudar a difundir información que cambie conciencias. Con las redes es mucho más fácil ver todo lo malo que pasa en el mundo, pero también es más fácil predicar con el ejemplo, educar e inspirar.
El poder de los pequeños gestos
Y después de este rollo que te he soltado, dejo a tu elección el término con el que bautices a la teoría del centésimo mono: teoría científica, paradigma pseudocientífico, bulo, cuento inspirador…da lo mismo.
Lo único que espero es haberte hecho reflexionar, haberte dado el empujoncito que necesitabas para ver que somos mucho más grandes y poderosos de lo que nos quieren hacer creer. Tus pensamientos cuentan, tus hábitos diarios cuentan, tus actos generosos y desinteresados cuentan. Que nadie te haga creer lo contrario. Y si ese “alguien” que te hace creer que no eres nadie eres tú mismo, razón de más para reflexionar, ¿no crees?
Seguramente ya sepas que esto de los pequeños gestos es aplicable tanto para el medio ambiente como para tu salud, tu evolución personal, tus relaciones…
Una vez que empezamos a abrir los ojos, una cosa nos llevará a la otra, porque no podemos estar parcialmente despiertos. No podemos cuidar con cariño y esmero de nuestra salud sin acabar ocupándonos del medio ambiente porque todo está intrínsecamente unido. Así que ya sabes, despierta y libérate de todas esas chorradas limitantes que te hacen pequeñito. Cada granito de arena cuenta. Y punto.
Feliz Día del Medio Ambiente (que no es hoy, pero debería serlo todos los días, así que lo digo igualmente)
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¡Hola Paula!
Me gustó mucho tu reflexión, definitivamente los actos individuales tienen un peso enorme en el comportamiento colectivo. Nuestro cerebro nos la pone «fácil», porque tiene el atajo listo para que nos dejemos llevar por lo que vemos que hacen los demás: el sesgo cognitivo del efecto de vagón (no sé si así traduce exactamente, pero en fin, el «bandwagon effect»).
Por otro lado, justo ahora estoy leyendo un libro de Frans de Waal en el que, en una parte, habla de los monos de Koshima. Para resumir la historia: él afirma que ese fue un estudio serio y que los resultados son verídicos… y viniendo de un primatólogo y etólogo de ese calibre, yo me inclino a creerlo :-) Te recomiendo muchísimo ese libro, lo que llevo le de lectura me ha encantado. Se llama «are we smart enough to know how smart animals are?»
¡Un abrazo!
¡Hola Mariana! Me apunto ya mismo este libro, tiene una pinta muy interesante por lo que comentas, y la verdad es que si la teoría fuera cierta…yo estaría encantada jaja. ¡Muchas gracias por tu aportación!
Paula, ¡acertadísimo! Qué buena lectura me has regalado esta mañana. Y yo no conocía esta teoría, que desde luego sería maravilloso que fuera cierta. Miraré el libro que recomienda Mariana. Un abrazo, ¡gracias por el descubrimiento!
Gracias a tí por estar al otro lado, Yve! Esta noche me pego atracón de lectura…jeje un abrazo!
¡Qué interesante! Me recuerda a un dicho turco que siempre me decía una amiga y que era más o menos así: «Hasta el más grande de los árboles empezó siendo una semilla, la felicidad más plena con un suspiro y la tarea más importante con un pequeño paso»
Qué bonito! Me la apunto :-)